Buba w recepcji |
Buba bawi się z Yolandą |
Mina wprawdzie nietęga, ale Buba to prawdziwy przytulak |
Na krześle w poczekalni |
Wendy |
Zmęczona po całym dniu przygód |
Rezydenci Kliniki weterynaryjnej Maioris
Kiedy
pierwszy raz weszłam do Kliniki, od razu rzuciła mi się w oczy śliczna
czarna koteczka — Wendy. Mieszka tam prawie całe swoje życie, a to już trzy
lata. Wendy urodziła się na ulicy, trafiła do kliniki z "łapanki" — jej
mamę wysterylizowano, a kociakom szukano domów. Z jakiegoś dziwnego
powodu (przesądy jak mniemam) nikt nie był zainteresowany przygarnięciem
czarnego kota, toteż Wendy czekała na swój dom najdłużej. Tak długo, że
zadomowiła się w klinice i koniec końców zamieszkała tam na stałe. Wita
gości, chadza na spacery, przynosi ptaszki i przeróżne insekty...
Chętnie daje się miziać, ale trzeba mieć się na baczności i wiedzieć,
kiedy przestać. Ja niestety już raz oberwałam pazurem tak, że zaraz po
zapłaceniu rachunku za wizytę dezynfekowano mi ranę.
Do Kliniki
nieraz trafiają potrącone zwierzaki, które ktoś zobaczył na ulicy i tak
pewnego dnia przywieziono rudego jegomościa z fatalnymi ranami na ogonie
i bez czucia w tylnej części ciała. Jego zdjęcie trafiło do Internetu i
wkrótce odnalazła się opiekunka. Ponieważ wydatki związane z leczeniem
kota jak dotąd pokrywała dziewczyna, która znalazła kota po wypadku,
poradzono więc opiekunce, żeby się z nią skontaktowała — zawsze miło
usłyszeć choćby "dziękuję". I tak pewnego dnia dziewczyna odebrała
telefon od opiekunki, która oznajmiła jej, że może sobie kota zatrzymać,
bo ona go już nie chce... Kot dostał na imię Buba, amputowano mu ogon,
wysterylizowano, zoperowano kręgosłup i stał się towarzyszem zabaw
Wendy. Przymila się do każdego, wystawia brzuch do miziania i mruczy.
Wendy jest
zadowolona z towarzystwa. Tuż przed zamknięciem Kliniki ganiają razem jak
szalone, pacają się i chowają. Śpią na jednym posłaniu, Wendy dba o
higienę Buby (on sam jakoś nie bardzo), a czasem przynosi mu nawet
prezenty, na przykład nieżywą mysz, którą ten z radością tarmosi. Taka
kocia przyjaźń.
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Gatos de la Clínica veterinaria Maioris
Recuerdo que la primera vez que entré en el veterinario, una preciosa gatita negra captó inmediatamente mi atención. Era Wendy, habitante de la Clínica desde hace ya tres años — casí toda su vida. Esta panterita nació en la calle, y al poco fue recogida junto con el resto de la camada y su madre, a la que trajeron para esterilizarla. Poco a poco, todos sus hermanos manchados fueron adoptados; pero, por alguna extraña razón, nadie parecía querer una gatita completamente negra. Al final, Wendy le cogió tanto gusto a la clínica, que ahí se quedó. Ahora, es la encargada de dar la bienvenida a los pacientes, en sus ratos libres se va de paseo por la zona, trae pajaritos e insectos... También le gustan los mimos, pero en su justa medida. Es algo que aprendí después de que me tuvieran que desinfectar un arañazo en el brazo.
A menudo. la gente trae a la clínica animales atropellados, que encuentran en las calles. Así, un día apareció un gatito pelirrojo con la parte trasera paralizada y unas feas heridas en la cola. Tras colgar su foto en internet, pronto apareció la dueña; pero, al conocer el estado de salud del gatete y el tipo de cuidado que iba a necesitar, decidió abandonarlo. Así fue como Wendy consiguió un nuevo compañero de juegos. A Buba, que así se llama ahora el gatito pelirrojo, le operaron de la columna, lo castraron, y le tuvieron que amputar la cola. Ahora es la estrella de la clínica, se deja acariciar por todo el mundo, ronronea y no deja de ofrecer la tripa para que se la rasquen.
A Wendy le encanta tener un hermano. Corren juntos por toda la clínica, se persiguen, se pegan, se esconden y luego duermen juntitos. Ella cuida el pelo de Buba (parece que él es demasiado vago para hacerlo) y le trae regalos; como, por ejemplo, un ratón muerto con el que Buba se restriega felizmente. Esto sí que es una amistad gatuna.
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Gatos de la Clínica veterinaria Maioris
Recuerdo que la primera vez que entré en el veterinario, una preciosa gatita negra captó inmediatamente mi atención. Era Wendy, habitante de la Clínica desde hace ya tres años — casí toda su vida. Esta panterita nació en la calle, y al poco fue recogida junto con el resto de la camada y su madre, a la que trajeron para esterilizarla. Poco a poco, todos sus hermanos manchados fueron adoptados; pero, por alguna extraña razón, nadie parecía querer una gatita completamente negra. Al final, Wendy le cogió tanto gusto a la clínica, que ahí se quedó. Ahora, es la encargada de dar la bienvenida a los pacientes, en sus ratos libres se va de paseo por la zona, trae pajaritos e insectos... También le gustan los mimos, pero en su justa medida. Es algo que aprendí después de que me tuvieran que desinfectar un arañazo en el brazo.
A menudo. la gente trae a la clínica animales atropellados, que encuentran en las calles. Así, un día apareció un gatito pelirrojo con la parte trasera paralizada y unas feas heridas en la cola. Tras colgar su foto en internet, pronto apareció la dueña; pero, al conocer el estado de salud del gatete y el tipo de cuidado que iba a necesitar, decidió abandonarlo. Así fue como Wendy consiguió un nuevo compañero de juegos. A Buba, que así se llama ahora el gatito pelirrojo, le operaron de la columna, lo castraron, y le tuvieron que amputar la cola. Ahora es la estrella de la clínica, se deja acariciar por todo el mundo, ronronea y no deja de ofrecer la tripa para que se la rasquen.
A Wendy le encanta tener un hermano. Corren juntos por toda la clínica, se persiguen, se pegan, se esconden y luego duermen juntitos. Ella cuida el pelo de Buba (parece que él es demasiado vago para hacerlo) y le trae regalos; como, por ejemplo, un ratón muerto con el que Buba se restriega felizmente. Esto sí que es una amistad gatuna.
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